No destroces tu cuerpo con su droga, droga su sistema con tu Kaos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Malleus Maleficarum. Capitulos 3 y 4.

Capítulo 3 - CAZA MAYOR

"Anochece..."
Desplegué mis alas y alcé el vuelo. Hallé mi primera víctima sentada en un banco con su pareja. Cogí a la mujer por el brazo y me la llevé entre las sombras, soltándola en un plano que divisé por ahí. Me apresuré a alcanzar al joven antes de que diera la voz de alarma. Mientras me dirigía hacía la presa me comuniqué con mi hijo - gracias a nuestro oído podía oírme a kilómetros -.
- Ronad hijo, ven, tengo que hablar contigo.  Me encuentro al norte del pozo de la ciudad.
Cuando llegó le mostré mi captura, una pareja de jóvenes disfrutando de una puesta de sol romántica que ahora se encontraban llorando desconsolados y pidiendo ayuda.
- Que tierno...
- Hijo, si haces los honores...
- Sí, padre.
Con un par de golpes consiguió pararles el corazón a nuestra cena. Después de cenar me llevé a Ronad hacia mi casa y le comenté cierto asunto importante.
- Ronad... ¿recuerdas que te conté sobre cómo nací?
- No podría olvidarlo, aún sigo visitando el cadáver del gran dragón.
- Hay algo que no te conté. Sobre las escamas del dragón, que solo podían ser traspasadas por una parte de su cuerpo, se hallaba una fecha. Más bien es un tipo de línea cronológica. En ella se ve claramente una serie de hechos, o predicciones, de las cuales todas se han cumplido. Pues bien, la línea acaba en un momento marcado con una X. Todo lo demás estaba borroso y con predicciones de muerte y destrucción. Dentro de 9 días se cumple el momento de esa "X".
- ¿Que quieres decir?
- Podrías llamarlo apocalipsis. Pero para los humanos. Creo que el dragón marcó eso para mí, para acabar con los humanos en ese momento.
- Padre... si solo el dragón podía traspasar sus escamas... ¿Cómo lo mató el joven aquél?
- Le arrancó una de sus garras y la usó como lanza. Le atravesó el cuello hasta llegar al corazón.
- ¿Y no crees que esa línea la puede haber escrito el asesino del dragón?
- Estaba escrita en una lengua que solo los dragones, y yo, que fui creado por uno de ellos, aunque desconozco mi conocimiento de la lengua porque no hubo ningún aprendizaje de ella. No creo que ningún humano la conozca.
- Entiendo.
- Debemos esperar. Cuando llegue el día encabezaré la caza. Acabaremos con toda la ciudad de Barberá nosotros 25. No temáis no nos pasará nada. Debemos ser rápidos. Lo haremos a la luz del día cuando todo el mundo salga a pasear. Haremos 2 rondas. A los que sobreviven les dejaremos que se mantengan en sus casas aterrorizados y los iremos sacando, cada uno a uno. No tiene que quedar nadie vivo. Bueno... Traerme a los mayores de edad más jóvenes que veáis.

Pasé los días frente a la ventana de mi casa esperando al momento, viendo pasar a todos los habitantes de la ciudad. En cierto modo había cogido un tipo especial de cariño a mi ciudad. No penséis que no puedo tener sentimientos si no tengo corazón, esos son cuentos que se les cuenta a las niñas de 7 años. Los sentimientos se forman en la mente, sin la mente no podríamos sentir ni enojo, ni amor, ni siquiera simpatía.
Cuando llegó el día nos reunimos todos sobre un montículo que se encontraba lejos de la ciudad, debajo de la arboleda que cubría la luz del sol. Como mencioné antes, puedo controlar - parcialmente - los elementos. Tras mucho esfuerzo formé una tormenta evaporando el agua del lago que se encontraba detrás de nosotros. Después de un rato esperando, se formó un nubarrón encima de Barberá que impedía la luz del sol atravesarlo. Las nubes no se movían, durante varios días permanecería ahí. Gracias a la humedad se formó mucha niebla que impedía la vista lejana a ojos humanos, por lo cual, si nos manteníamos por sobre de ellos no podrían vernos.
- Vamos hijos, acabad con ellos. Pero ante todo... Disfrutad.
Salté hacía el vacío y al caer comencé a correr rumbo a nuestro destino.
Mis uñas comenzaron a crecer con forma de navaja. Eran más afiladas que una espada y más duras que la roca. Mientras corría por las calles - seguido por mis discípulos - Subí al tejado de una de las casas de la ciudad.
- Esperad a mi señal...
Salté sobre una mujer que paseaba por ahí cogiéndola por la cabeza y de un brinco la solté dejando a su cuerpo chocar contra el suelo.
- ¡Dispersaros!
Todos bajaron y comenzaron a quitar vidas con el intento de no ser percibidos. Oí a un niño gritar.
- ¡Vampiros, vampiros!
La gente se asustó y se formó el caos en la ciudad. Volví al tejado de la casa. Comencé a correr por los tejados hasta llegar a la plaza del pueblo. Frené y miré a mí alrededor. Las calles bañadas en sangre, gente corriendo antes de morir, hombres intentando defenderse y niños llorando agachados detrás de sus madres, que eran arrinconadas por los míos. Me fijé en el castillo del noble que gobernaba la ciudad. Salté desplegando mis alas y cruzando la plaza hasta llegar a la torre y mostrándome, como era yo en realidad, frente al noble y su esposa. Después de matarlos y devorarlos salí a la calle y grité.
- ¡Hora de acostarse chicos! ¡Volved!
Nos reunimos de nuevo en el montículo.
-Esta noche dormiréis aquí. Esperaremos a que lleguen las tropas de Barcelona que seguramente llamarán y entonces atacaremos de nuevo.

Capítulo 4 - Ronad

Ronad era mi súbdito más antiguo, y el más querido, que os recuerdo que el amor no está en el corazón, si no en la mente. Hace 255 años - más o menos - encontré a Ronad con 11 años vagabundeando por la calle, era un pobre huérfano muerto de hambre. Lo acogí en mi casa, le di de comer y calor. Y cuando conseguí ganarme su afecto, espere a la noche y, ya dormido, clavé mis colmillos en su corto cuello. Le inyecté mi esencia, mi forma de ser, y las habilidades de un vampiro. Pasé 4 años enseñándole a comer, a volar, a correr, matar y todo lo que tenía que hacer. 4 años día a día dándole clase de cómo ser un vampiro. Ya lo consideraba un hijo. Ronad era igual que yo, un tipo reservado y atento. Vestía siempre de blanco, con botas y camisas. Era el típico guapo del pueblo, tenía el pelo que le llegaba hasta la barbilla. El no era pálido. Portaba un reloj y una muñequera negra en los brazos, y una cadena en el pantalón.
Siempre llevaba consigo una carta que nunca dejaba. Siempre la leía, la acariciaba y la besaba. Antes de comer, dormir, y siempre la llevaba en la mano, o en el interior de su cazador blanca. Jamás se separaba de ella. Parecía que le tenía mucho aprecio, pues nunca la dejaba.
Ronad me ayudaba en las cacerías, y me consiguió un par de muchachos y muchachas para convertirlos en hijos míos. Ronad era mi mejor hijo, y dudo haber encontrado jamás alguien igual.


Toni.

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